Gustavo Campos Escritor Hondureño



Tras que concluyera la obra teatral de los estudiantes de una universidad salvadoreña, puesta en escena que durmió al público asistente quizás por hallarla demasiado "banal", cuyo afán consistía en representar la vida cotidiana del salvadoreño de estatus marginal, reflejo casi exacto de la sociedad, despertamos los observadores. Sin saberlo cayeron en la trampa o peligro que se corre cuando se pretende hacer teatro sin elementos simbólicos, amparados bajo la inocencia de saturar de diálogos improvisados una obra que tiene por pretensión recrear el habla o jerga de una sociedad determinada, que contrario a la intención del arte de sublimar un espectador al nivel de la obra representada, se le menosprecia y se baja el arte a categorías de ignorancia sólo para que el público comprenda a cabalidad qué significa la obra. Mal ejemplo de teatro de calle.

Luego de que éstos bajaran del escenario y la delegación hondureña asumiera el difícil rol de despertar a un público hastiado y aburrido, la sorpresa fue grande y grata. Escenario portátil con los elementos necesarios para recrear una historia concreta que se universaliza al no ahondar en lo histórico, sino en los episodios o estampas históricas claves que adquieren el valor necesario para mostrar esa dinámica social. La historia de la explotación de las compañías mineras. La historia de la explotación del hombre. De la llegada del "progreso". El paso del hombre pueblerino a la pretendida urbanidad, falsa máscara del sistema neoliberal. La corrupción del hombre ante el poder. ¿De qué manera lo lograron? Se introduce el elemento simbólico que narra la historia: el espíritu de una ceiba que narra la historia en retrospectiva desde la catástrofe natural provocada por el huracán Mitch hasta los comienzos de la fundación del pueblo San Juancito. La ceiba adquiere el valor del tiempo. Único testigo ajeno a pasiones y corrupciones humanas que puede narrar sin prejuicios la historia. De allí el componente vital que vertebra casi toda la obra: el humor. En términos literarios: lo carnavalesco. Para ahorrar tiempo y recursos los actores representan varios personajes en entradas y salidas rápidas del escenario, sin detener la obra, en cambios de vestuario con elementos identitarios de cada nuevo personaje, cascos, trajes, máscaras. Así puede el público participar e interactuar con la obra. De esta manera se concentra el observador en lo que ocurre. Asume el rol de ser un espectador intérprete. Luego los diálogos finos, breves, que condensan en pocas frases toda una dinámica de esa sociedad retratada. Para mí estuvo bien coordinada toda la puesta en escena.
Desde la llegada de las mineras, la explotación de recursos, hasta la destrucción del ambiente. Había rapidez y profundidad, armonía en todos los elementos. Hasta su conclusión, cuando a manera metateatral los actores representan la obra de Shakespeare y la parodian, tras 5 siglos de diferencia desde su creación: Romeo abandona a su Julieta embarazada. Esto último crea un contrapunto humorístico que viene a distencionar la realidad abrumadora de un pueblo que colapsó debido al sistema impuesto. Fue la mejor manera de abordar esa temática social: por medio del humor. Adquirió tanta fuerza la representación que el público no pudo más que levantarse y aplaudir efusivamente tan acabada puesta en escena. Yo, por supuesto, me sentí orgulloso de mis compatriotas. Y asomó en mí algo parecido a la vanidad y a un ego prestado: representamos bien a nuestra Honduras. 

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