En Estampas de un pueblo minero, espectáculo teatral presentado por “Lucem Aspicio” he podido encontrar un retorno a las raíces de la identidad, idiosincrasia e historia hondureñas; donde se desentrañan las urdimbres, los sucesos y desenlaces de cómo la fiebre del oro es capaz de trastornar todos los universos creados existentes. Una obra para reflexionar sobre la explotación minera y los intereses de los gobiernos y de los consorcios que explotan la tierra, a los hombres, a las mujeres y a la dignidad de los pueblos. Presentada en cuadros o escenas con giros inesperados, donde los actores se vuelven camaleones escénicos para representar a los explotadores y explotados; nos muestra la historia del mineral de San Juancito. Bastaría equilibrar o sopesar un poco el hilo conductor desde una historia para niños (lo que causa cierta incongruencia con lo crudo de algunos pasajes y trabajar en las transiciones) para lograr una concretización de este mosaico testimonial, no sólo de un pueblo hondureño, sino de cualquier pueblo del mundo. Son audibles entonces a través de la obra los versos de Neruda: “Yo estaba en el salitre, con los héroes oscuros, /con el que cava nieve fertilizante y fina/ en la corteza dura del planeta, /
y estreché con orgullo sus manos de tierra./ Y ése me dijo: ‛Adonde vayas,/ habla tú de estos tormentos,/habla tú, hermano, de tu hermano/ que vive abajo, en el infierno’”.
y estreché con orgullo sus manos de tierra./ Y ése me dijo: ‛Adonde vayas,/ habla tú de estos tormentos,/habla tú, hermano, de tu hermano/ que vive abajo, en el infierno’”.
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