La vida y la muerte en escena


Por Marcela Sarahi H. Torres*
“El Dingki Dingki en los tiempos del Sida” 


(…) (…) Virtud a si mismo alcanzada en el montaje de la creación colectiva de “El Dingki Dingki en los tiempos del SIDA”, en el marco del evento “Arte para Todos” celebrado hace algunos días en Tegucigalpa. Esta vez, Murillo trata de desenmarañar la relación que existe entre el SIDA y las creencias culturales sobre la sexualidad y la preservación de la vida. Todo visto desde la perspectiva de los jóvenes y representado con una fidelidad a la verdad de los hechos que hace que el mensaje cale en lo más profundo de la conciencia del espectador. Y es que, aunque la obra es actuada en dialecto garífuna y misquito, simultaneo al español, el drama que vive nuestra sociedad en la que la edad promedio para la “primera vez” son los dieciséis años y en donde el 40% de los infectados con VIH son muchachos y muchachas de 15 a 29 años (INE) supera todas las barreras idiomáticas. Propuesta que sorprende al público con un derroche de creatividad y color propios del teatro interétnico. Y en la que, sin embargo, resuena como un martillo en el corazón la historia de un par de adolescentes, una misquita y un garífuna, que dejan sus comunidades para venir a la capital a estudiar. Sitio en el que ven muchas cosas nuevas y en donde descubren entre otras, el amor y las consecuencias del sexo sin protección. Pero esta no es más que una historia de muchas que se entrelazan en esta obra que es tan exquisita como una improvisación jazzistica. Que sobre todas las cosas sirve para mostrar para que sirve el teatro y que puede conseguirse con un grupo de actores en estado de gracia – en el caso del Dingki Dingki, en el que los jóvenes interpretes vienen de comunidades de Gracias a Dios y Colon sin ninguna experiencia previa de actuación, o en “Danza con las almas”, en la que el magnifico elenco se compone de amas de casa que dejaron la hechura del casabe para mas tarde y de pescadores que no fueron a la mar a bogar, para venir a la capital a compartirnos un poco de lo que también somos parte – haciéndonos participes de sus personajes y de sus vidas como si fuéramos de la familia. Cuando se encienden las luces, el publico, como un solo hombre, con una sola mujer, se pone en pie y tributa uno de esos aplausos cerrados que intentan represar el corazón aun emocionado. Y es que ante obras y representaciones así uno da gracias por hacer del teatro una autentica catarsis, una de las formas mas hermosas, intimas y reveladoras para darnos cuenta de que trata la identidad nacional, de que están hechos los sueños, cuan frágil es nuestra carne humana, que lejos puede llevarnos el arte – las palabras – en que consiste la vida. 

* Revista “Hablemos Claro” Año XIII N °515, 2 de agosto 2004.

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