MARCELA SARAÍ H. TORRES

LA VIDA YLA MUERTE EN ESCENA
MARCELA SARAÍ H. TORRES 10
Revista “Hablemos Claro”, 2 de agosto del 2004. Tegucigalpa, Honduras.



“El Dingki Dingki en los tiempos del Sida” y “La danza con las almas” de Rafael Murillo Selva sorprenden al mundo capitalino al son de los tambores garífunas: pulso que nos hermana.

A veces se necesita de mejores aliados que los aplausos para describir el recorrido que el alma humana sigue en las raras ocasiones en que asiste a una representación teatral prodigiosa. Cierto que el aplauso sirve para romper con el hipnotismo que a veces se produce tras escenas, o para que los espectadores y los intérpretes recuperen las máscaras que portaban antes de haber entrado al teatro. Pero en ocasiones, cuando el arte cala de verdad, se quisiera que este despertar no se produjera jamás.

Las puertas del Manuel Bonilla están abiertas de par en par. Y aunque el viejo edificio estrena solana nueva, en su interior, la sinuosa decoración sobre pintura anaranjada guarda el escenario que se esconde tras los largos cortinones rojos para ser puesto en servicio de un arte tan antiguo como el teatro.

Un espacio insólito para presenciar la fusión de dos mundos: el de los vivos y el de los espíritus. Se trata de la ópera representada por el grupo teatral garífuna Lanigüi Mua (Corazón de la Tierra) bajo la dirección del dramaturgo nacional Rafael Murillo Selva, La danza con las almas, que con motivo del Primer Encuentro Nacional de Artistas del Mundo para Honduras volvió a conmover al público capitalino tras casi ocho años de su estreno en junio del  96.

Ambientada en la comunidad garífuna de El Triunfo de la Cruz en Tela, Atlántida, la obra transporta al espectador hasta el interior de una guyunari -o champa- construida en la playa especialmente para la celebración de El Dogü: ceremonia de curación para los enfermos que invoca la ayuda de los Gubidas -espíritus ancestrales de la cultura afro-caribeña. El montaje se divide en dos partes, desbordando color y tradición con la resolución de cada etapa ceremonial, mientras el seductivo olor a incienso y aguardiente envuelve la platea, los palcos. Y es que el protagonista, Johnny Arzú, garífuna radicado en la ciudad de Nueva York, ha caído enfermo y los doctores en el gran país del norte no logran curar su mal. Fiel a sus creencias, regresa a la comunidad, que le ha visto nacer para que el Buyei – especie de chamán – de inicio al proceso del Dogu. Languidece el batir de los tambores y se escucha prístina la voz de una de las mulatas que es iluminada con luz roja sobre el escenario mientras menea las robustas caderas. “Y ahora los espíritus nos hablaran y nos dirán que, si de la mesa sale el fuego sagrado, la ceremonia ha sido de su agrado”.


El Manuel Bonilla absorto en la oscuridad por unos minutos rompe el silencio con una ovación descomunal cuando una breve flama azul sorprende a los presentes, haciendo combustión sobre la superficie de una mesa de madera puesta en el centro de la tarima. El mito ha ganado en este espectáculo completamente cantado y bailado al son de la punta y las caracolas.

Pieza sabiamente dirigida por Murillo Selva. Profunda y conmovedora por la impresionante descarga dramática que transcurre con cada minuto del ritual mágico religioso, es una fantástica demostración de lo que solo se puede alcanzar con los códigos teatrales tratados al estilo de este dramaturgo hondureño. Más allá de cualquier connotación argumental, hay un lenguaje del color, de la emoción, de la música, y de los aromas que transforman y transportan al punto que no se sabe donde acaba el teatro y comienza la vida (...)

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