Transcurrieron 7 largos meses para que un grupo de
niños y niñas oriundos del pueblo minero de San Juancito culminaran uno de sus
sueños infantiles: protagonizar una obra
de teatro que cuente la historia minera de Honduras, combinando humor,
talento, sarcasmo y esperanza.
Durante ese tiempo los pequeños se vieron esforzados a
intensas horas de entrenamiento (...) Sobre todo para hacer que la obra parezca
tan natural que nadie imagina, cuando la ve en el escenario, que hubo un
intenso trabajo previo (...) La obra desarrolla dos temas paralelos y
principales: a) el histórico y b) el ecológico. En el primero se pone el acento
en la famosa explotación minera que se desarrolló durante casi 80 años en el
sitio “La Rosario” de San Juancito.
En el segundo momento, se cuenta la depredación
ecológica que durante centenas de años ha venido teniendo lugar en el país.
San Juancito, es un pueblo minero que en el siglo
pasado jugó un papel trascendental para Honduras donde el oro y el dinero
brillaron por un buen tiempo así como la transculturización, el comercio y el
empleo (...).
A lo largo de la obra los pequeños actores relatan con
astucia, dinamismo y mucho talento, la historia de uno de los pueblos, ahora
más postergados del país.
El elenco que conforma esta bellísima obra teatral es
de seis niños y niñas de 9 a
12 años (...) En la obra ese viejo árbol
(la ceiba) cobra vida para relatar la historia del pueblo y sus moradores (...)
En el primer acto, donde el árbol cobra vida, se
narran las actividades cotidianas en San Juancito, las negociaciones con la
compañía minera, y la escena en donde una valiente niña interpreta al
presidente de esa época, Marco Aurelio Soto.
El diálogo (en 1878) entre el presidente hondureño y
el representante de la transnacional
minera tiene más o menos las siguientes líneas: “Queremos tener señor
Presidente ciertas concesiones para instalar nuestra empresa minera en el país,
dice el norteamericano. “¿Qué tipo de concesiones?”—pregunta el presidente
Marco Aurelio Soto—. Bueno—responde el norteamericano— uso pleno de los bosques
y corte de madera entre otros. No hay problema —responde el presidente
hondureño—, corte mister, corte toda
la madera que quiera, tenemos suficientes bosques en este país. Queremos
también que el contrato se haga de acuerdo a las leyes de New York y no a las
de Honduras—dice el norteamericano— porque total—arguye—, los dólares tienen
sus propias leyes, su propia soberanía.
Así transcurre la obra, entre la broma y la seriedad,
entre la historia y la invención. Llegó la compañía minera y con ello cambia la
vida de San Juancito, aparece la electricidad, los maestros, comerciantes,
abogados, políticos y una gran emigración.
(...) Se goza a más no poder al ver
el ingenio de los menores (...) Además de refrescar un poco la memoria de la
triste realidad hondureña contada con humor y sarcasmo. En la segunda parte,
donde se aborda el problema ecológico, se relata cómo empiezan a aparecer
muertos los peces del río, las consecuencias de los químicos y el plomo, las
enfermedades etc. La desolación del pueblo (...) Y la llegada del huracán Mitch
que les arrebató, no solo casas y escuelas, sino que una de las cosas más
preciadas por ellos: el árbol de Ceiba. Es esta, otra de las partes que se
aborda en el segundo acto, en él se usa
el recurso de la hilaridad y el humor con suma perfección.
Con la periodista Thelma Mejía |
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