Con bastante retraso con respecto
al estreno de la obra, no encuentro mejor ocasión, de todos modos, para
resucitar mi columna, que se hallaba dormida en los entresijos de la
intersección de la gran flauta. Por eso no aparecía. Tampoco es que haya habido
muchas ocasiones para hacer comentarios culturales. La escasez cultural ha ido
aparejada a la del azúcar y la gasolina, sin que pueda esperarse que nos
traigan un barco cargado con sacos culturales de alguna isla del Caribe.
Pero el Teatro Experimental
Universitario de La Merced ,
dirigido por Rafael Murillo y después de meses de excelente trabajo, nos ha
despertado del letargo con una adaptación al ambiente, lenguaje y problemática
hondureña de El Burgués Gentilhombre, de Moliere. Y digo “adaptación” porque la
creación pertenece a otro plano, se encuentra en otra dimensión. La única
creación colectiva propiamente dicha realizada en Honduras fue también
coordinada por Rafael Murillo, y se llamó Los Patrulleros. Desde el guión
inicial hasta la invención original de todos los actores del Teatro Nacional de
Honduras, la creación se levantó de los cimientos.
El
mérito de Don Anselmo es que, siendo totalmente hondureña, era sin embargo,
totalmente Molière. De ahí que al emplear el término
“adaptación” no lo haga en sentido peyorativo, sino todo lo contrario. Ha sido
un acercamiento de Moliere al público hondureño totalmente válido y vivo. La
actualidad de los clásicos ha quedado probada una vez más, por eso son
clásicos, y el público disfrutó de la actualidad de la pieza, hecha más
comprensible por la inteligente versión, cuyos méritos principales han sido la
economía de medios, en función de una apertura total de los espacios teatrales,
y el nervio de la interpretación, aunque no fuese acompañada por la técnica. En
ese sentido, la revelación, por todos esperada, de Rafael Murillo Selva como
actor ha sido una confirmación de lo anticipado. Y ha brillado con él el
monstruo de la escena hondureña, Carlos Saúl Toro, en una exhibición de su
amplia gama de posibilidades expresivas. Junto a estos dos hombres de teatro de
formación académica y práctica y gran solidez, cabe destacar la actuación de
Napoleón Pineda versátil, trasvestista y divertido, que insinúa la posibilidad
de una actuación total en el papel de un payaso trágico y múltiple que alguien
le escribirá alguna vez... y no es amenaza.
La “creación” consiguió momentos
muy brillantes y efectivos, pero, si me dieran a elegir, me quedaría con aquel
en que Don Anselmo dice: “Me lanzo”. Y, ante la pregunta del profesor de
filosofía (Saúl Torovich): “¿Para dónde?”, contesta: “Para allá”, y señala a
través de las ventanas del Teatro La
Merced , la Casa Presidencial. Por eso es teatro puro.
Pertenece el momento teatral producido en un lugar concreto y que no necesita
de palabras para expresarse. Es ajeno al texto.
Los clásicos, a veces, lo son
porque siguen tratando las mismas garambainas que aquejan, a través de los
tiempos, al hombre común, y por eso siguen interesándonos.
Y a pesar de los miles de tratados
escritos por los sesudos y cadavéricos estudiosos de la literatura, El Burgués
Gentilhombre no es otra cosa que un sainete costumbrista, pariente de la farsa,
el paso y el entremés, actualizable siempre en el tablado de feria que, en este
caso, se llama Teatro La Merced. Gran acierto también el de la actualización
del antiguo Paraninfo y su conversión en local de experimentaciones teatrales
ricas y con vigor expresivo. Un saludo al grupo y un deseo: adelante.
*Diario “LA PRENSA”, San Pedro Sula, 18 de noviembre de 1974.
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