DON ANSELMO Andrés Morris*



Con bastante retraso con respecto al estreno de la obra, no encuentro mejor ocasión, de todos modos, para resucitar mi columna, que se hallaba dormida en los entresijos de la intersección de la gran flauta. Por eso no aparecía. Tampoco es que haya habido muchas ocasiones para hacer comentarios culturales. La escasez cultural ha ido aparejada a la del azúcar y la gasolina, sin que pueda esperarse que nos traigan un barco cargado con sacos culturales de alguna isla del Caribe.

Pero el Teatro Experimental Universitario de La Merced, dirigido por Rafael Murillo y después de meses de excelente trabajo, nos ha despertado del letargo con una adaptación al ambiente, lenguaje y problemática hondureña de El Burgués Gentilhombre, de Moliere. Y digo “adaptación” porque la creación pertenece a otro plano, se encuentra en otra dimensión. La única creación colectiva propiamente dicha realizada en Honduras fue también coordinada por Rafael Murillo, y se llamó Los Patrulleros. Desde el guión inicial hasta la invención original de todos los actores del Teatro Nacional de Honduras, la creación se levantó de los cimientos.

El mérito de Don Anselmo es que, siendo totalmente hondureña, era sin embargo, totalmente Molière. De ahí que al emplear el término “adaptación” no lo haga en sentido peyorativo, sino todo lo contrario. Ha sido un acercamiento de Moliere al público hondureño totalmente válido y vivo. La actualidad de los clásicos ha quedado probada una vez más, por eso son clásicos, y el público disfrutó de la actualidad de la pieza, hecha más comprensible por la inteligente versión, cuyos méritos principales han sido la economía de medios, en función de una apertura total de los espacios teatrales, y el nervio de la interpretación, aunque no fuese acompañada por la técnica. En ese sentido, la revelación, por todos esperada, de Rafael Murillo Selva como actor ha sido una confirmación de lo anticipado. Y ha brillado con él el monstruo de la escena hondureña, Carlos Saúl Toro, en una exhibición de su amplia gama de posibilidades expresivas. Junto a estos dos hombres de teatro de formación académica y práctica y gran solidez, cabe destacar la actuación de Napoleón Pineda versátil, trasvestista y divertido, que insinúa la posibilidad de una actuación total en el papel de un payaso trágico y múltiple que alguien le escribirá alguna vez... y no es amenaza.

La “creación” consiguió momentos muy brillantes y efectivos, pero, si me dieran a elegir, me quedaría con aquel en que Don Anselmo dice: “Me lanzo”. Y, ante la pregunta del profesor de filosofía (Saúl Torovich): “¿Para dónde?”, contesta: “Para allá”, y señala a través de las ventanas del Teatro La Merced, la Casa Presidencial. Por eso es teatro puro. Pertenece el momento teatral producido en un lugar concreto y que no necesita de palabras para expresarse. Es ajeno al texto.

Los clásicos, a veces, lo son porque siguen tratando las mismas garambainas que aquejan, a través de los tiempos, al hombre común, y por eso siguen interesándonos.

Y a pesar de los miles de tratados escritos por los sesudos y cadavéricos estudiosos de la literatura, El Burgués Gentilhombre no es otra cosa que un sainete costumbrista, pariente de la farsa, el paso y el entremés, actualizable siempre en el tablado de feria que, en este caso, se llama Teatro La Merced. Gran acierto también el de la actualización del antiguo Paraninfo y su conversión en local de experimentaciones teatrales ricas y con vigor expresivo. Un saludo al grupo y un deseo: adelante.



*Diario “LA PRENSA”, San Pedro Sula, 18 de noviembre de 1974.





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