DON ANSELMO EN EL TEUM Julio Escoto*


En los últimos días un nuevo grupo teatral ha aparecido en Honduras. Es el TEUM o Teatro Universitario La Merced, catalizado por Rafael Murillo Selva, y que, con una agresividad digna de su causa, proclama una labor profesional dirigida a “la recuperación de lo nuestro, a ahondar en las raíces íntimas de nuestra realidad e intentar proyectarnos en sentido popular”. Esta es la idea central de “Teatro y Cultura Nacional”, especie de manifiesto con que el TEUM se lanza a vista pública.

Para iniciar sus actividades, el TEUM ha partido de un texto clásico, El Burgués Gentilhombre, de Jean BaptistePoquelin -Molière-. Sin embargo la presentación no es un simple calco del texto. Al contrario; tomando como base mínima el guión clásico, el TEUM ha orquestado una serie de improvisaciones audaces, magníficamente logradas a veces, flojas en otras. El sistema mismo de trabajo es, podemos suponer, delicado. Exige, en primer lugar, un conjunto de actores con capacidad para recrear la obra, para engrandecerla y obtener de ella todas las posibilidades dramáticas. Por deducción se sabe que esto requiere serenidad y concentración y a la vez chispeante humor propio, agilidad mental. Un actor cuyos ojos muestran desvelo persistente difícilmente logra alcanzar estas características.

De allí la razón de que este experimento sea variable en sus resultados. Una noche excelente -como la del día 19- puede, fácilmente dar paso a otra mediana o regular -como la del 20-. Es lógico, aunque no debe suceder, que los actores derrapen de vez en cuando. Esto se nota, generalmente, por la repetición innecesaria de frases-gancho, frases que el actor reproduce mientras que continúa en el parlamento. Por ejemplo: ¿Es una corbata italiana, Don Anselmo? ;¿Italiana, dice? Italiana, Don Anselmo.

Don Anselmo, cuyo es el título de la adaptación, ofrece escenas admirablemente logradas (la educación de Don Anselmo, por ejemplo) y otras flojas por innecesarias (discusión entre Fefa y Dorothy) o por su vano simbolismo (danza seudo-erótica, al final). Unas más pecan por sobreactuación -si esto es posible-, en paseos, vueltas, giros que, si bien es cierto aparentan movimiento, también sustituyen lo más importante, la actuación, por simple juego corporal. ¿Significa esto que la obra es mala? Definitivamente no. Al contrario, hay que ir a ver a Don Anselmo por otras razones tan o más importantes:

Una: los actores. Murillo ha logrado reunir un grupo de actores con sentido de equipo. No es culpa suya que le falte la memoria a uno u otro de ellos. En general responden todos al mismo ritmo de trabajo, al mismo movimiento escénico ágil, rápido, burlesco y, hay que decirlo, a veces superficial. Del reparto sobresalen Don Anselmo (Rafael Murillo), profesor -enamorado- falso banquero (Saúl Toro) y Nicolasa-Condesa (Napoleón Pineda). El trío definitivamente, es polifacético, con dominio en la actuación profesional en cualquier escenario del mundo

Tras ellos muestran capacidades prometedoras los actores que representan al profesor de danza y al de inglés. Lamentamos no tener sus nombres.  El resto del grupo actúa, es cierto, pero...

Dos: La sátira. Don Anselmo refleja claramente una faceta de la alienación; aquella que un agudo ha llamado “la cocacolonización”, esto es, la pérdida de la verdadera identidad y la adopción de patrones importados generalmente de Norteamérica. La gringo-filia, pues. Figuras y figurones, monstruos diarios de la imitación, están retratados en la obra, no con saña política sino con humor cáustico construido sobre las raíces del ridículo, tan caro para algunos de nuestros “grandes hombres”. La “página social” de los periódicos cobra vida en escena para desenvolver ante el espectador el mundillo de las superficialidades, de lo cursi y lo grotesco. En este sentido es un éxito la adaptación de El Burgués Gentilhombre al sacrificar el academicismo en favor de la contemporaneidad. Lo cual no quiere decir, desde luego, que se desprecie el academicismo, siempre que provenga de un texto clásico.      

Es, sin duda, una experiencia refrescante, de mucha vida y con un tono generalmente mantenido. Sin apoyarse en la obligada retórica y fraseología seudo-revolucionaria, crítica, denuncia y destruye vicios y conductas de cada día de los burgueses gentiles que muestran sus escénicas sonrisas en los parques, oficinas o tribunas. Fiel pintura de la realidad en que puede estar más de un conocido nuestro. O, como dicen que dice Moliere: “No se olviden que esos mismos de los que se burlan pueden ser: el Hombre, usted o yo mismo”.

Este jueves Don Anselmo estará nuevamente en el TEUM, vaya a verlo lector, y luego, subrepticiamente, envíele la invitación a su Don Anselmo más cercano. Es la maldad más bondadosa que le podemos recomendar.

* Diario “La Noticia”, Tegucigalpa, 29 de octubre, 1973.

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