Con los nombres citados en este
título (se trata además del “ Márquez De TutiFrutti) se bautizó, en dos
diferentes versiones hondureñas, al célebre Monsieur Jourdan, personaje teatral
venido al mundo gracias a un genial alumbramiento de Moliere. Los nombres
mismos de los personajes sugerían de entrada que estas adaptaciones se
desarrollarían en un contexto socio-cultural bastante alejado de aquel que
nutrió la creación original. Aunque no transgresoras puesto que el espíritu que
alienta al texto clásico se mantuvo incólume, un toque de gozosa y de bárbara irreverencia marcarían el
estilo de ambas propuestas. Las dos se trabajaron con base a improvisaciones
libres cuyos temas se sugerían y abordaban tomando al texto como guía, o bien
remitiéndonos a referencias y comportamientos de ciertas figuras de nuestro
entorno social.
De esta manera, quitando aquí, poniendo allá,
desestructurando para volver a estructurar, reinventando algunos de los trozos
narrativos del texto así como sus tiempos y espacios fueron surgiendo los temas
y las nuevas situaciones con sus respectivos personajes.
Con algunos matices(veinte años de
diferencia entre el primer y el segundo montaje), tanto “Don Anselmo” como “El
Marqués de Tutti-fruti” son personajes que sueñan en convertirse en figuras
notorias del “Jet set” nacional e internacional, toman cursos de inglés, se
“mueren” por ser invitados a los cócteles que ofrecen las misiones diplomáticas
y en particular las de la embajada de los Estados Unidos de Norte América;
aprenden (para mantenerse en forma) karate el uno, ejercicios aeróbicos el
otro, vacacionan en los cruceros internacionales,
se hacen traer de los grandes centros mundiales los alimentos que digieren; se
visten según la moda internacional, leen
asiduamente las revistas que relatan las fiestas y la vida de los famosos del
mundo; toman cursos de danzas a la moda en los selectos salones y aspiran casar
a sus hijas con un “mister” o en ultimas con un “monsieur”, “pero no con un
indio cualquiera”. Don Anselmo tiene esposa, Doña Fefa, la cual para comprar su
vestuario hace frecuentes viajes a Miami ( “I love Miami”) y asiste entusiasmada a
todos los “babyshower”
que se le ponen enfrente. Por su parte Tutti-Fruti (también con esposa, pero
opuesta a las locuras de su marido) cambia el “menaje” de su casa por ser este
de manufactura nacional ( ¡Huy ni quiera dios!) e importa del exterior hasta
los más mínimos objetos con que llenara su nueva mansión. Ambos sueñan con
tener una relación amorosa con mujer de “alta alcurnia”(si es aristócrata
mejor), toman cursos de oratoria y aseguran que con todo este “ bagaje” están
preparados para ocupar el cargo de presidente de la Republica de Honduras. A
los dos personajes lo que les arriba, en fin, es una tragi-cómica crisis de
identidad (expuesta sobre la escena de manera farsesca y querendona), parida en
una de esas sociedades que eufemísticamente llaman “en vías de desarrollo”.
Ahora bien, si las coincidencias en ese nivel al que llaman
de contenido en ambas versiones eran notorias, no lo fueron sin embargo en esas
otras esferas de la representación con las que se definen los códigos formales
empleados para el desarrollo escénico de los temas. En este sentido las
diferencias fueron enormes.
En “Don Anselmo” por ejemplo, las
improvisaciones gestadas durante los ensayos conservaron su libertad, es decir
que no se les preciso ni encajono tal como suele hacerse antes de los estrenos
sino que se les dejo continuar desarrollándose, libres y flexibles, aun cuando
se estaba representando frente al público.
De tal suerte que el espectáculo,
de dos horas de duración, a pesar de los ocho meses de ensayos que le
precedieron finalizó por parecerse a un “happening” jugado al estilo de un
“Jazz”, es decir como uno de esos en que los interpretes entran, salen, acortan
o prolongan sus ejecuciones según el pulso, relación, energía y vibración
establecida entre sí y con el público. Se representaba, además, sobre una
escena desnuda, sin elementos decorativos ni escenográficos y obviando la
utilización de cualquier ”aparataje” técnico. De esta suerte, actores y
actrices, huérfanos de atavíos y auxilios extra-actorales tenían que encontrar
dentro de su propia organicidad los recursos para el buen logro de su
“performance”. El juego actoral en estos casos devenía tan riesgoso que
parecía, en ocasiones, estar siendo ejecutado sobre la cresta de un precipicio.
Este riesgo se puso en evidencia en aquellas escenas en las que al escapárseles
el equilibrio y “la gracia”, actores y actrices buscaban apoyo en la
reiteración de la palabra y en el uso monótono del espacio. En casos como este
(pocos por suerte) la escena se divagaba y cansaba tal como lo señala el escritor
Julio Escoto en una nota que aparece reproducida más adelante en la que compara
una función agraciada con otra que no lo fue.
En cuanto al “Marqués de
Tutti-Fruti confeccionada y montada en compañía del grupo “Bambú”,, nuevos
signos aparecieron en la escena: Música casi continua, diseño luminotécnico,
utilería, vestidos, decorados brillantes y ostentosos y hasta un automóvil (ultisimo
modelo) se paseaba con Tutti-fruti adentro sobre el escenario.
Estos dispositivos obligaban a una
organización más puntual en el desarrollo del hilo narrativo y sus movimientos
ya que la entrada a escena de tanto accesorio demandaba, sobre todo, precisión
en la arquitectura rítmica de la acción. Podría decirse, quizás, que según
criterios habituales esta última producción se manejó con “más profesionalismo” que la anterior, aunque
no sabría asegurar, a estas horas de la vida, cuál de las dos contaría con mas
aceptación del público. De lo que si puedo dar fe sin embargo, es que cuando con
“Don Anselmo” se lograba, entre escena y público, alcanzar el estado de éxtasis
y catarsis, como en ocasiones ocurrió, era como sentir que se arribaba a
una de las más altas cimas de comunión humana, a una de esas que solo el arte
teatral es capaz de ofrecer. Y esto fue
justamente lo que aconteció durante una noche memorable sobre la cual me siento obligado a ofrecer testimonio
puesto que de la misma, salvo una mínima nota periodística, no quedó ningún
registro, y vale mas, quizás, que así haya sido puesto que “locura” que mucho
se organiza termina siendo postiza. Sucedió así:
UNA BODA DE VERDAD EN PLENA REPRESENTACION
Cristina
Cepeda, pintora y actriz, nacida en México y Ramiro Osorio Fonseca, actor
colombiano se encontraron casualmente en Tegucigalpa. Ambos habían arribado con
la intención de vincularse al grupo teatral y en tal sentido se les integro al
elenco que ensayaba en ese entonces la obra “Don Anselmo”. Durante el proceso
de montaje les surgió el amor y un buen día se me acercaron y confesaron que
habían decidido contraer matrimonio. Cuándo solicitaron que oficiase de padrino
pregunte “¿qué cómo y cuándo pensaban hacerlo?”, “Pues a lo civil y en regla
con la ley”, respondieron, siendo así, señale, valdría la pena encontrar
una manera diferente de hacerlo, una que se saliese de la rutina oficial
establecida para esos eventos.
La sugerencia se aceptó y pocos
días después se nos ocurrió ¡ porque no!
Que ese matrimonio debería celebrarse no solamente en la sala del teatro
sino en plena actuación, es decir durante el desarrollo de una de las
presentaciones. Desde ese instante, al
lanzarse esta última propuesta, el entusiasmo cundió en las filas de la hermosa
“perramenta” de jóvenes vinculados al grupo y un agite especial vibro sobre y
fuera de la escena. Esa noche un pacto se formalizo: Lo que haríamos se
mantendría en secreto, el público no debía enterarse de nuestro propósito.
Al hacer la solicitud, la primera
reacción de la autoridad representada en ese entonces por el secretario
municipal Don José Taixes fue de asombro para luego lanzarnos un “no se
puede” arguyendo que la ley no aceptaba que una ceremonia tan importante
para la vida se efectuara en una sala de teatro. Sin arredrarnos nos hicimos de un código civil
con el fin de escudriñar y buscar en el
entresijo de artículos una rendija (las que casi siempre existen) por la que
pudiéramos encontrar en esa maraña un fundamento legal a nuestra petición, y en
ese empeño nos topamos con una disposición que sentenciaba que “en casos
especiales se puede efectuar el matrimonio en los sitios de trabajo de los
contrayentes”. Armados de esta manera, con código en mano, fuimos a la
municipalidad, mostramos el inesperado articulo y con base al defendimos
nuestra petición argumentando que el sitio de trabajo de los comediantes era
justamente el espacio de la escena. Don José, con el cual nos unían vínculos
familiares afectuosos (lo cual, imagino, ayudo en la decisión), frente a la
firmeza de nuestra “leguleyada”, accedió por fin, no sin titubeos, a oficiar la
boda en el teatro.
Para esa noche se habían divulgado
anuncios previos en los que se advertía “que esa sería una función
especial cargada de sorpresas”; Con sala llena la función comenzó
normalmente y poco después de iniciado el segundo acto en el momento en el que
el enamorado de la hija de Don Anselmo (rol que para esa noche representaba
Ramiro Osorio) solicita a este la aprobación para casarse con su hija (rol
también ocasionalmente representado por Cristina Cepeda), Don Anselmo
sorprendido por semejante pretensión de “un pobre estudiantillo que no se sabe
de dónde viene” niega rotundamente la
mano de su hija y sale enardecido.
Ramiro y Cristina en ese momento se
dirigen al público y exclaman que están decididos a oponerse a esa injusta posición que contraría
las leyes del amor y luego preguntan: “Vamos a ver ¿quién de ustedes
quisiera casarnos?”. Como a Don José y su equipo se les había advertido
que este era el momento en que debían aceptar el pedido de los novios, se
levantan de inmediato y cargando sobre su brazo un voluminoso código civil
suben a escena, se sitúan frente al público y advierten con la seriedad de
rigor que “este matrimonio es en serio y de verdad ya que los contrayentes
han cumplido todos los requisitos que exigen nuestra leyes e inclusive esta
mañana han pagado sus impuestos”.
El
resto del elenco que actuaba en la obra, vestidos y maquillados tal como lo
estaban en la escena, rodearon a los novios y algunos de ellos como en mi caso
y el de Eduardo Bähr, después de la lectura de las actas, de los documentos
autenticados que daban fe del origen de los contrayentes, firmamos como
testigos. El notario leyó en alta voz el documento, se
estamparon las firmas obligadas y
se dio por constituido el enlace matrimonial “según las leyes de la Republica de Honduras.”
El público sin acabar de comprender
si lo que estaba presenciando formaba o no parte de la trama escénica
permanecía sentado hasta que una señora de edad, cuya imagen recuerdo, exclamo:
“Que ese matrimonio tenía que ser cierto, que conocía muy bien a Don José
Taixes y que un hombre como él tan apegado a la ley, jamás se prestaría a
oficiarlo sí este no fuera de verdad”. La señora subió a escena a felicitar
a los novios y detrás suyo la mayor parte de los asistentes. Se ilumino la
sala, algunos miembros del grupo junto con algunos voluntarios ofrecieron
comida y bebida al tanto que otros cargaban ramos de flores que depositaban
sobre el escenario y desde las vigas situadas arriba de la escena, se
descolgaron, como caídos del cielo, tambores, cantantes y bailarines garífunas
lo que hizo despegar una fabulosa rumba en la que todo mundo termino por
mezclarse. La obra de teatro, la boda y la fiesta, siendo todo una misma cosa,
finalizo para algunos a las cinco de la mañana y para otros y otras varios días
tuvieron que transcurrir para que se apearan de la nube y aterrizaran en la
cotidianidad.
Todo coincidió para que esa noche
de “gracia” se hubiese podido realizar. El espíritu eterno de Moliere el cual,
convencidos estábamos, consentía “esas locuras”; El estado libertario que
inspiraba los resortes anímicos del grupo teatral, y la presencia de un público
también tocado por el "alucine”, hicieron posible que esa noche de
noviembre del año 1973 en la ciudad de Tegucigalpa se comprendiera que la
ficción y la realidad son una misma cosa, o bien que la “ficción” no es más que
una realidad y que la realidad no es más que una “ficción”. Muchos años después
(25 años) en Bogotá nos encontramos con Cristina y con Ramiro quien para ese
entonces se desempeñaba como Ministro de Cultura de la Republica de Colombia, y
el matrimonio, ya con varios vástagos, permanecía firme.
*Texto escrito en el año 2002 en ocasión de la publicación de: “Escenarios de una pasión medio siglo de escena Rafael Murillo Selva.” Editado por “Letra Negra” Ciudad de Guatemala, Guatemala. 2003.
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