Los cultores del bien estar descubren al actor como
un ente capaz de escudriñar las infinitas posibilidades de la experiencia;
capacidad que lo convierte en foco de escándalo y en víctima propicia para el
anatema, debido a que “el actor está en la posibilidad de inventar los signos o
símbolos de participación que, sugiriendo los obstáculos que debe tratar de
superar (la creciente heterogeneidad de los grupos en las sociedades
históricas), propone también una intensa fusión de las conciencias del público
y amenaza seriamente la inmovilidad que, con sus costumbres, sus leyes y sus ritos
desean establecer como sistema social imperecedero”.
El teatro es irreverencia, acción delictiva, rito
pagano y vulgar, pues no existe nada más irreverente, delictivo, pagano y
vulgar para la elite dominante que la realidad, la búsqueda de conocimientos y
todo aquello que realiza el pueblo, sobre todo si lo hace sobre el entablonado
de un teatro popular. Y he aquí lo que se atrevieron a realizar Ramiro Osorio y
Cristina Cepeda en el TEUM (Teatro Estudiantil Universitario La Merced):
Era el año 1973. Meses antes él comenzó a viajar
hacia el norte; ella hacia el Sur. Cualquier desviación, la más mínima perdida
de tiempo hubiera evitado el encuentro. Una noche él llego con el cuento de la
historia del zoológico de Edgard Albee, que aprendiera en Colombia; ella andaba
con su acento mexicano por aquí y por allá. El continuaba viaje supuestamente
al día siguiente; ella no tenia idea de sobre qué hacer con aquel sur que la
llamaba y que le impedía continuar a la vez. Algo de la magia teatral se había
desbordado de la escena y les retenía aquí en Honduras, donde corvengian y
daban fruto efluvios poéticos nuevos, inquietudes pictóricas gremiales,
ebullición teatral renovada….
En algún ensayo sociológico sobre esta especie de
renacimiento que probablemente se iniciara allá por 1969, se mencionará y
estudiara a fondo las causas históricas que desencadenaron aquella actitud
hirviente de afán creativo.
Al fin, Ramiro se integro a la comida y la bebida
catracha, al grado que solicito participar en una obra. Cristina hizo otro
tanto y ambos subieron al entablonado como actores de “Don Anselmo”, una
versión libre del “Burgués Gentilhombre” de Moliere, dirigida por Rafael
Murillo. Cuando el oficial Mayor del Concejo Metropolitano del Distrito Central
dijo: “Este es una boda legal, los contrayentes declaran el escenario de este
teatro con su domicilio habitual…” nadie creyó lo que escuchaba; pero sonaron a
continuación los ritmos de una música nupcial garífuna, se repartieron copas
entre los espectadores y el P.M José M. Taixes declaró solemnemente la
realización de la boda. Aquello era verdad, la obra
no continuó normalmente. Alguien preguntó: “Esto es teatro o es realidad…”
No sabemos si la persona que hizo aquella pregunta
ha logrado averiguar que el teatro es tan real como la vida, y que es la vida
misma para el actor, el director, los escenográfos, tramoyistas, etc. Y el
publico que, quiera o no, participa en ese fenómeno creador de conducta social.
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