Una reflexión muchos años después Por Juan de Dios Pineda-Zaldívar



En contra de lo que podría suponer cierta actitud intolerante frente a nuestro grupo, en esos años, sí poseíamos conciencia política. Por cierto, no la que deseaban ver los detractores, que como beatos se desplazaban ante la frescura del humor. Y seguramente, no cultivada, intuitiva, rudimentaria, si se prefiere, pero en suma, conciencia de las pulsiones del momento histórico en el que nos movíamos. Pues no otra cosa es el arte, sino la tangencia entre el acceso de los medios al alcance y la capacidad y dominio de saber hacer las cosas.

La bolita mágica diría, se da una constelación afortunada. Lo que quiere decir que nada hay casual. Los astros se alinean o no. Y en esta ocasión, en el momento en el que emerge el TEUM las luces de todos los actores en su particular trayectoria fueron una sola luz.

No de otra manera deben nacer las estrellas

Metafísica aparte, el breve intervalo reformista militar de esos años y la siembra artística de hombres y mujeres visionarias en las dos décadas anteriores y las influencias –buenas vibraciones- que bajan del norte y subían del sur, posibilitaron la emergencia cimera de un movimiento al que llegamos como si hubiéramos dado una cita para participar en un nacimiento.

La memoria puede ser tramposa pero no el corazón. Y eso fue un nacimiento, en el mejor sentido. El de la conciencia de que en algún momento un país vilipendiado por los mismos de siempre –o bien de adentro o bien de afuera- muestra sus mejores facetas creativas, además – en este caso, el renacimiento de la certeza que brinda la historia, que es el hecho y sapiencia de reinventarse a través del arte

¿Era acaso otra cosa la que buscaba  nuestro país distinta al  renacer a través del arte del  mismo modo que ahora en su encrucijada histórica lo busca?

De otro lado, y en consecuencia, nuestro instinto expresivo, esto es, por la libertad escénica, del mismo modo que por la sobrevivencia del día a día, eran un órgano que se había desarrollado de sobremanera.

La aparente  asunción  poco o supuestamente  nada critica, sociológica o académica de nuestra parte – lo que en ese tiempo habría significado autocensura creativa- respecto a la tan llevada y traída conciencia política y el desaforado derroche de la intuición artística, no nos impidieron percibir la necesidad de la realidad inmediata y las consecuencias de esa aparente contradicción.

En el plano específico teatral, nuestro movimiento – incluido el gremio de pintores y danzantes alrededor, se colocaba en la cresta de la  ola. Y caería de igual manera que el avance reivindicativo popular, a causa de la reacción violenta de los extremismos políticos e ideológicos.

La inteligencia política de la tradición vernácula en sus dos vertientes extremas, no estaba a la altura del fluido lúdico y energético de la vanguardia artística de esos años felices.

Pero en fin, el olmo no da peras.

Lo que si da frutos es la esperanza anclada en el núcleo de la verdad. Y esa esperanza, la de reinventar un país sumido en la encrucijada del miedo y el despotismo, vuelve y hace señales en aquellos rincones creativos de los jóvenes que de una manera u otra se ubican en la mejor  tradición de un arte y una conciencia que comparte el dolor de un pueblo. Lo comparte, lo vive, y lo mejor, lo recrea sin olvidar la sonrisa sabia de la máscara entre los viejos lienzos de la justicia.

En esa línea de la esperanza y la verdad surgió el Teatro Experimental Universitario La Merced.


Gottingen, (Alemania) abril de 2013





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