En
contra de lo que podría suponer cierta actitud intolerante frente a nuestro
grupo, en esos años, sí poseíamos conciencia política. Por cierto, no la que
deseaban ver los detractores, que como beatos se desplazaban ante la frescura
del humor. Y seguramente, no cultivada, intuitiva, rudimentaria, si se
prefiere, pero en suma, conciencia de las pulsiones del momento histórico en el
que nos movíamos. Pues no otra cosa es el arte, sino la tangencia entre el
acceso de los medios al alcance y la capacidad y dominio de saber hacer las
cosas.
La
bolita mágica diría, se da una constelación afortunada. Lo que quiere decir que
nada hay casual. Los astros se alinean o no. Y en esta ocasión, en el momento
en el que emerge el TEUM las luces de todos los actores en su particular
trayectoria fueron una sola luz.
No
de otra manera deben nacer las estrellas
Metafísica
aparte, el breve intervalo reformista militar de esos años y la siembra
artística de hombres y mujeres visionarias en las dos décadas anteriores y las
influencias –buenas vibraciones- que bajan del norte y subían del sur,
posibilitaron la emergencia cimera de un movimiento al que llegamos como si
hubiéramos dado una cita para participar en un nacimiento.
La
memoria puede ser tramposa pero no el corazón. Y eso fue un nacimiento, en el
mejor sentido. El de la conciencia de que en algún momento un país vilipendiado
por los mismos de siempre –o bien de adentro o bien de afuera- muestra sus
mejores facetas creativas, además – en este caso, el renacimiento de la certeza
que brinda la historia, que es el hecho y sapiencia de reinventarse a través
del arte
¿Era
acaso otra cosa la que buscaba nuestro
país distinta al renacer a través del
arte del mismo modo que ahora en su
encrucijada histórica lo busca?
De
otro lado, y en consecuencia, nuestro instinto expresivo, esto es, por la
libertad escénica, del mismo modo que por la sobrevivencia del día a día, eran
un órgano que se había desarrollado de sobremanera.
La
aparente asunción poco o supuestamente nada critica, sociológica o académica de
nuestra parte – lo que en ese tiempo habría significado autocensura creativa-
respecto a la tan llevada y traída conciencia política y el desaforado derroche
de la intuición artística, no nos impidieron percibir la necesidad de la
realidad inmediata y las consecuencias de esa aparente contradicción.
En
el plano específico teatral, nuestro movimiento – incluido el gremio de
pintores y danzantes alrededor, se colocaba en la cresta de la ola. Y caería de igual manera que el avance
reivindicativo popular, a causa de la reacción violenta de los extremismos
políticos e ideológicos.
La
inteligencia política de la tradición vernácula en sus dos vertientes extremas,
no estaba a la altura del fluido lúdico y energético de la vanguardia artística
de esos años felices.
Pero
en fin, el olmo no da peras.
Lo
que si da frutos es la esperanza anclada en el núcleo de la verdad. Y esa
esperanza, la de reinventar un país sumido en la encrucijada del miedo y el
despotismo, vuelve y hace señales en aquellos rincones creativos de los jóvenes
que de una manera u otra se ubican en la mejor
tradición de un arte y una conciencia que comparte el dolor de un
pueblo. Lo comparte, lo vive, y lo mejor, lo recrea sin olvidar la sonrisa
sabia de la máscara entre los viejos lienzos de la justicia.
En
esa línea de la esperanza y la verdad surgió el Teatro Experimental
Universitario La Merced.
Gottingen, (Alemania) abril de 2013
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