El Dingki Dingki En Los Tiempos Del Sida

TRES CULTURAS: LA SEXUALIDAD COMO TEMA.

(El asombro y la escena. En gira por lugares en los que se desconoce lo qué es “teatro”.)

Año 2003




Un taller  de teatro en la comunidad de "Raya"  la Mosquitia






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Integrar en esta obra tres culturas con sus respectivos códigos en un cuerpo escénico que las armonizara simultáneamente, significó una experiencia de gran aprendizaje. El elenco se conformó con doce artistas, cuatro de cada una de las tres “etnias” involucradas: Misquita, Garífuna, “ladina”. De tal forma que en la escena se podían apreciar registros de voces, ritmos corporales, tonos y colores diversos, pero escénicamente engarzados en una unidad. Lo mismo con las diversas músicas en las respectivas lenguas: aunque muy diferentes en sus fonéticas, integradas en la escena pasaron a ser parte de un todo que las englobaría en una sola melodía.

Ha sido esta la primera vez que me encontraba frente a una cultura (la misquita) de la cual desconocía hasta en sus más cotidianas manifestaciones. Antes de comenzar el trabajo escénico, realizamos una investigación de campo, visitando varias comunidades de esa región, en el curso de la cual se me fue evidenciando una sociedad en la que lo “mítico” es lo real, es decir lo que decide una buena parte del rumbo que toman las acciones de la vida de todos los días. (...). mezclado todo ello, por supuesto, con las “bondades del progreso” que trae consigo el inevitable mundo globalizado, del cual ni la confinada mosquitia hondureña ha podido sustraerse.


 En la comunidad



La Tradición







En la ciudad



"La Modernidad"




Con “El Dingki–Dingki en los tiempos del SIDA” hicimos esfuerzos para que las contradicciones entre creencias ancestrales, por una parte, y el surgimiento de las nuevas necesidades creadas por la maquinaria de producción globalizada, por la otra, afloraran sobre la escena en la forma más objetiva y creativa posible. Esas contradicciones, en este caso, se sintetizan a través de un núcleo que las unifica: la sexualidad.

II

Siempre me he preocupado en presentar (además de hacerlo en los espacios usuales) nuestros espectáculos en los poblados y rincones más extraviados: selvas, desiertos, playas, encumbradas cimas, barrios olvidados, asilos de ancianos, cárceles, reclusorios juveniles, poblados étnicos, en fin, pocos han sido los espacios que se han salvado de mi voracidad escénica. Y ha sido en espacios como estos, paradójicamente, en donde me he sentido alentado en los momentos en que la incertidumbre y la duda nos hacen preguntarnos sobre el sentido que pueda tener el arte teatral en estos tiempos (en donde  aun la vida misma pretenden convertir en mercancías) nuestro trabajo parece estar destinado a servir de digestivo a las “minorías selectas” que lo contemplan. Con frecuencia, en estas condiciones, a nuestro oficio se le siente viejo y anacrónico.


Con “El Dingki-Dingki en los tiempos del SIDA” realizamos una gira que cubrió gran parte del territorio de La Mosquitia hondureña y de la sección situada al este del Departamento de Colon, zonas estas que continúan siendo las más pobres y excluidas de un país que de por sí ya lo es extremadamente. En la mayoría de estos lugares los habitantes carecen de energía eléctrica, de agua potable, y jamás en su existencia habían presenciado un espectáculo teatral. Muchos inclusive, cuando se les habla de teatro, no conocen a lo que con ese término se alude.

Presentando el trabajo en comunidades de la Mosquitia Hondureña


Al fondo, sentada, la actriz Susan Arteaga (Colaboradora)



Al presentarnos frente a esta clase de público -esa ha sido mi experiencia-, el teatro adquiere una dimensión reveladora. Esta condición, desde hace unos buenos años, el arte escénico la ha venido degradando al punto de que su capacidad de asombro (lo que debería de ser una de sus esencias) ha sido sustituido por mecánicas que de tanto parecerse las unas a las otras, lo que provocan es un mortal aburrimiento o en todo caso momentos de “gran cultura” vacíos de sentido. En estas zonas del mundo, en cambio, dando por sentado que lo que se presenta es de satisfactoria calidad**, ese fuerte latir que debe crearse entre la escena y el público, tan añorado por Antonin Artaud, se vuelve tan real y espontáneo que la escena y la sala,-de “verdad”, es decir con razón y cuerpo- se transforman en espacios de comunión, de revelación y asombro.

Cuando se presentó este trabajo no habíamos encontrado todavía el nombre apropiado que lo denominara. Ese día (año 2003), el público juvenil “atestaba” la sala del colegio “Normal Mixta” de la ciudad de Trujillo. Terminada la función, pasamos al diálogo con el público, durante el cual alguien preguntó por el nombre de la obra. Se le contestó que no lo tenía todavía y que más bien nos ayudaran a encontrarlo. Surgieron varias propuestas, casi todas ellas con implícita advertencia de carácter moral, tales como: “Los padres descuidados y el SIDA”, “Educar para prevenir”, “El riesgo de la desobediencia”, etc. Hasta que a alguien se le ocurrió que le llamáramos Dingki-dingki. De inmediato el público rió con simpática complicidad ya que esta palabra, que se dice con frecuencia en el desarrollo de la acción dramática, significa en lengua misquita “hacer el sexo”.

**Si la calidad está ausente es mejor desistir de llevar el teatro a estos confines, ya que con este público “virgen”, si el asunto aburre se corre el riesgo de que al teatro lo sientan como si fuese una triste sala mortuoria, como efectivamente lo es cuando el espectáculo es “culturalmente” soporífero.


Nota al programa

(...) 

Los códigos culturales que manejan los grupos sociales modelan conductas y pensamientos; ellos son el resultado de  largos procesos, siendo su principal característica el de estar entretejidos en una dinámica compleja y contradictoria. Con frecuencia en ese sustrato cultural se perciben los tránsitos, de lo estático a lo dinámico, de lo “tradicional” a lo “moderno”, y de lo complejo a lo sencillo y viceversa.

En el caso que nos ocupa, el del SIDA, estas actitudes, formas y creencias tienen una especial relevancia ya que ellas se imbrican en  un hecho fundamental de la existencia como lo es la sexualidad. En esta, esos sustratos culturales se asientan en lo más profundo de la conciencia, sea esta individual o colectiva. (....)

En la pieza teatral que ustedes presenciaran, es justamente la relación entre sexualidad y cultura, entre el Sida y las actitudes y creencias, entre la vida y la muerte lo que hemos intentado descifrar con la advertencia que con ello apenas hemos rozado el fondo del problema. (....)




De esta manera estamos colaborando para combatir esa negativa actitud tan generalizada de creer que la aceptación del “otro” implica un debilitamiento de “lo propio”. Creemos más bien que con estos intercambios ( las tres culturas ) sucede lo contrario: todos nos enriquecemos y afirmamos.


Una escena: El arribo a la ciudad  (6 minutos)


Varias escenas (filmadas artesanalmente, incluye entevista y reportaje del periodista Miguel Caballero Leiva para un canal de television, 60 minutos )



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